La literatura de la arquitectura, una conversación con Germán del Sol [Parte II] / Igor Fracalossi

Después de presentarles la “Primera Parte de la Entrevista a Germán del Sol” hace unos días atrás, hoy les presentamos la segunda parte (y final) de este interesante e inédito material que ningún arquitecto se debería de perder. Si no leyeron la primera parte, pueden verla aquí.

La parte final de esta entrevista realizada por el arquitecto Igor Farcalossi a continuación.

Después de leer a John Ruskin y Adolf Loos, para citar los que me resultaron más claros, me di cuenta que Ruskin, Loos, y ahora tú, no se interesan por la arquitectura en sí, les interesan otras cosas. Es como si yo, como arquitecto, hago arquitectura, porque es una cosa que yo sé hacer, pero tampoco me preocupa la arquitectura en sí, me preocupan cosas de la vida. Ahora bien, yo escribo, yo hago arquitectura, porque son cosas que yo sé hacer. Pero yo creo que si uno está preocupado con la arquitectura misma, no puede hacer cosas muy buenas.

[Germán del Sol] Tú lo has dicho muy bien, pero que tienes que darle el sentido que le diste al final. Para hacer arquitectura… copio una cita de Aldo Rossi que yo cambié con una falta de modestia enorme, pero lo hice. Dice algo así: que para hacer arquitectura, el arquitecto tiene que olvidarla. Es decir, tiene que llegar un momento en que la arquitectura se olvide y aparezca lo que es atemporal, o sea, lo que tenemos en común –te digo esto, porque tuve la semana pasada en Cusco–, lo que tenemos en común por ejemplo con los Incas. Lo que tiene que aparecer, no es la arquitectura actual ni de moda, sino la que se ha hecho siempre. Tengo que olvidarme de la arquitectura y tengo que pensar en eso que dices tú. Tengo que pensar en las cosas de la vida, por ejemplo en la felicidad cuando hay pobreza. En vez de atender a la pobreza, entregando mediaguas apurados por la urgencia como hacemos a veces en Chile, hay que entender que lo importante no es dar techo, sino casa. Si uno piensa que la gente solo necesita un refugio de madera para protegerse, uno le da una mediagua. Y si uno se da cuenta que la dignidad es un consuelo, debe aportar dignidad. Si a uno le dan una casa muy sencilla y puede decirse: ¡qué bonita mi casa!, ella adquiere un valor incalculable para uno, y le da momentos de felicidad.

No puedo pensar la arquitectura mirando planos, tengo que pensar la arquitectura leyendo poesía y preguntándome ¿qué es lo que le importa a la gente? Lo que le importa es lo que voy a darle. Por eso decimos: “me olvido de la arquitectura”. Pero para olvidarla, primero uno tiene que aprenderla. Después la olvida. Porque cuando ya sabes escribir no estás pensando en escritura, estás pensando en lo que vas a decir y, por lo tanto la ortografía ya no te ocupa.

La casa refleja la dignidad de la existencia humana

Para todo lo demás es igual. Uno no puede estar enamorado de alguien pensando en el amor. O leyendo libros sobre cómo amar. No. Te gusta mucho alguien y te olvidas del amor para amar y no quedarte en teoría. Mientras estás con ella, no te pasas pensando: ¿el amor será esto, o será esto otro? No. El amor se siente como una fuerza interior que te moviliza entero. La arquitectura también. Uno se dice: “sabes qué, ahora yo voy hacer lo que se me dé la gana, porque ya sé cuál es mi objetivo”.

Además tenemos la ventaja de que en el arte, aunque la gente diga que: “no hay nada escrito”, está todo escrito: la historia del arte tiene más de ocho mil años. Y si uno observa desde las momias de Chinchorro hasta el arte actual, uno puede entender que siempre nos ha importado lo mismo, porque la condición humana no ha cambiado nada.

Hacer las obras con cuidado por el puro gusto

Uno puede comprender artísticamente lo que aún está presente del pasado a través de su arte, sin más explicaciones. Uno mira las momias de Chinchorro y piensa: ¿Qué siguen significando? Ellas trascienden a una momia egipcia, que es solamente un cuerpo mejor o peor mantenido. Mal mantenido hallo yo, por lo menos. La gente de Chinchorro no. Ellos sacan la piel de la persona muerta y la envuelven alrededor de unas cañas y de unas pajas para hacer un cuerpo nuevo, que se abstrae de la apariencia de la persona muerta. Ellos hicieron que la persona querida muerta trascendiera. No la dejaron fijada como los faraones en un momento y en un tiempo, sino que la lanzaron inmediatamente hacia adelante, cambiando el cuerpo. Y uno piensa “es una actitud muy contemporánea”. No es ajena a lo que nosotros seguimos haciendo ahora. Uno quiere que sus muertos estén en otro lugar que valga la pena, que, por supuesto, no tiene que ser el cielo. Esa ocupación es la misma que hemos tenido siempre. Llevamos más de ocho mil años haciendo lo mismo. Por eso uno sabe cómo el Inca daba esplendor a su pueblo. ¿Por qué la gente de Cusco se sentía orgullosa de pertenecer a esa cultura? Porque fueron capaces de llenar una plaza que es como tres veces la Plaza de Armas de Santiago, con arena traída de playas de mar a lomo de llamas. ¿Por qué? Porque les dio la gana.

Para decir que era posible.

Egipto, para mostrar que era posible

Para mostrar que era posible. Uno dice: yo pertenezco a un grupo de gente que mata, pero no roba. ¡Estoy orgulloso! Otro dice, yo robo, pero nunca he matado a nadie. ¿Entiendes la relación? O uno pertenece a una generación que no deja que lo niños se mueran como antes en Chile. No hay mortalidad infantil. No están desnutridos. Ahora son grandes, altos, y qué sé yo. Entonces, uno está orgulloso. Esa es la parte práctica. En arquitectura, estaría orgulloso por ejemplo de que fuéramos capaces de mantener Los Cerrillos sin aviones, sin casas, sin nada. Pero no, hay que construirlo. ¿Por qué? Porque no creemos que hacer las cosas con cuidado refleja nuestra belleza, que de otro modo es invisible. Y solo se deja ver su ausencia que es la fealdad. O sea, no creemos que lo que importa es….

Lo que importa es invisible a los ojos, como diría el principito.

Si, pero escucha también lo que dice Teillier porque es impresionante. Yo te quiero mostrar qué entiendo yo, cuando leo poesía; qué leo cuando leo poesía. Te lo digo de memoria. “Lo que importa”, dice Teillier, “no es la luz que encendemos todos los días, sino la luz que un día apagamos para tener memoria de la luz”. Ese es el punto. Lo que importa no es lo obvio. Lo que importa no es siempre hacer más. A veces es hacer menos. A veces lo que importa es estar callado. A veces lo que importa no es tener más luz, sino estar a oscuras. ¿Cómo eso no va a iluminar el entendimiento? Uno se dice: “Tal vez, no tenemos que poner luz en el Hotel Explora de San Pedro de Atacama. Tiene que estar oscuro de noche para que la noche aparezca. ¡Pero cuesta! Queríamos que estuviera iluminado con unas ampolletas muy chicas y de muy poca potencia, como las casas del pueblo. Pero para algunos es peligroso que esté todo oscuro, y poco práctico, prender velas. ¡Qué pena!

Teatro de Epidauro, obras bien hechas

Lo bueno de la frase del principito es que es una frase muy popular, todos hablan de que lo importante es invisible a los ojos, pero nadie la entiende muy bien. Lo que yo veo y que está dicho por él es que, como él vive en un planetita muy chico que no se ve desde la Tierra, cuando él mira hacia el cielo, todas las estrellas y todos los planetas son importantes. No se sabe si está acá, si está allá… todos son importantes. A través de una cosa que no se ve, hace con que todo sea importante.

Exupéry era genial en hacer que la madurez y la sabiduría parecieran una cosa de niños y de animales. Y hacer hablar a un niño también es poético. Porque al hablar, el niño no te está desafiando. Si hubiera hablado como adulto, habría sido otro gurú, el que habla. En cambio él hace que un niño o un zorro nos digan la verdad. La hace penetrar en el duro corazón de los adultos porque uno está abierto, y no se defiende de lo que dicen los niños. Uno dice: ¡ah, los niños! ¡Qué sabios son! Pero si lo dice Gandhi, entonces uno se dice: “¡un momento, vamos a ver, vamos a comprobar si es así!”. Es muy sabio decir las cosas por boca de otro.

Lo que importa es invisible a los ojos. Pero ¿cómo diría yo? Lo diría distinto. Las cosas más importantes son un misterio, pero se ven. Un misterio que se ve, pero que no se entiende. Si el misterio no se ve, no existe. O sea, no es buena idea asociar al misterio con lo invisible, porque entonces como se revela el misterio…

Imagínate si te invito a ver una película de misterio, y te muestro el televisor en blanco. Y te digo: esa es una película de misterio. No se ve nada.

Petroglifos de Pintados

Lo que dice el principito es que viendo algo en la vida de uno y en la de los demás, lo que es importante para uno o para los demás, no se ve claro primera instancia, hay que sentirlo, hay que pensarlo. Pero tú tienes que ver algo que sugiera algo más que lo visible. Si no, no es nada. Quiero decir si está todo oscuro, entonces no me vengas con que lo esencial es invisible a los ojos. ¡Está todo oscuro! Tiene que haber algo que sugiera. Entonces, tiene que haber muro en la arquitectura o tiene que haber un plano que está intervenido, tiene que haber una plaza. Si no hay nada… lo curioso es que no hay nada. O sea, por lo menos hay que haber un plano.

Una vez un amigo mío me dijo una cosa muy interesante sobre eso. Dice que una de las cosas más incómodas que hay es cuando uno mira a una persona que se ríe sola. Esa persona está feliz en aquél momento, pero uno no sabe por qué. Sería más incómodo aun si se tratara de una novia, por ejemplo. Nos sentiríamos celosos, con miedo de no saber lo que pasa. Al final, es lo mismo que dijiste.

Ahí tienes un punto muy bueno. Ahí está el misterio. Lo bonito es elaborar una idea. A medida que conversamos la vamos armando de a poco y haciéndola más precisa. Justamente ese es el misterio: mirar a la polola reírse de algo que tú no sabes. Pero no sería ningún misterio que la polola esté callada sin reír ni hacer nada. Si no hay signos… Entonces lo que dice el Principito, hay que entenderlo como que lo esencial es invisible a los ojos cuando tú estás tratando de ver. En su caso, el planeta que más le importa no se ve porque es muy chico, y eso hace que todos los demás sean importantes o resplandezcan. Pero, además, los sentimientos, que son lo más importante, no se ven. Pero es relativo que no se ven. Si uno pone atención, sí se manifiestan, a lo mejor no con la vista. Con los cuidados, es decir, volvamos a los andenes para que se vea que todo es comparable. Tú vas a ver los andenes Incas, y ¿qué ves? Cuidado. Mucho cuidado. Es decir, un amor increíble para hacer las cosas. ¿Por qué? Porque ellos le daban más valor al esfuerzo que al resultado. Entonces, no importaba, imagino yo, que los andenes demoraban cien años. Los tipos se ponían a hacerlos y al hombre que trabajaba ahí no le importaba nada dedicarle su vida… cien años, a hacer un puro andén, porque el sentido de su existencia era hacer, y no el resultado de hacer. Si el asunto es hacer, tú me preguntarás cuantas obras he hecho. Y si yo te dijera: llevo toda mi vida haciendo un andén en Farellones. ¿Toda la vida?, ¿Y te pagan bien? No, tampoco. Sobrevivo.

Chan Chan

Es como un Gaudí haciendo la Sagrada Familia.

Pisaq, andenes esplendidos

Claro. Es un sentido que se encuentra en el mismo hacer algo con amor, por el puro gusto de hacerlo. Como salir a caminar sin rumbo fijo.

Yo no sé por qué, pero nunca me interesé por poesía en versos. Quizás porque nunca logré hacerlas. Siempre me gustó mucho los cuentos, como los de Jorge Luis Borges.

Versalles, parque sin diversiones

Es que Borges organiza sus cuentos como un arquitecto organiza obras. ¿Qué cuentos te acuerdas tú, para comentarte?

Pierre Menard, La Biblioteca de Babel, Las Ruinas Circulares, claro.

Pero, ¿tú te acuerdas de un cuento?, lo digo por conversar y aprovechar el tiempo… Hay un cuento, hay muchos cuentos de Borges cortos que son atemporales, que reúnen, como yo te decía, la sensibilidad humana de todos los tiempos. Hay uno que sobre un rey y un poeta. ¿Lo has leído?

No me acuerdo.

Es corto. Es un rey que se hace construir un palacio en un reino en cualquier tiempo en cualquier parte. Un palacio con sus patios, sus torres, y sus salas. Cuando está terminado, el rey orgulloso del palacio llama a un poeta y lo invita a recorrerlo. Al final de su visita, dice Borges, el poeta dice una palabra o una frase, nadie sabe, en que esta contenido el palacio entero, con sus torres, sus patios, y sus salas. Entonces el rey lo manda matar, porque siente que se lo han arrebatado. El cuento es maravilloso a mi gusto, porque muestra lo importante que un conjunto, en este caso de torres, patios y salas, se convierta en un total más importante que sus partes. En un palacio. Y que el total se pueda nombrar con una palabra. Una palabra que ilumina lo que es la obra. Y es eso, lo que el poeta le arrebata al rey: la palabra que contiene todo. Porque la palabra que contiene es la palabra más difícil, porque en general, la palabra separa. Esa es la gracia de la palabra abstracta. Cuando tú le das nombre a las cosas, las separas de la totalidad. Cuando dices silla la separas del resto de los muebles. En cambio cuando tú dices muebles, reúnes a todos los muebles posibles. Incluso a los que están por inventarse. Pero si tú dices sofá o dices silla, la silla se separa de la mesa, se separa del sofá. No forma conjunto. La palabra que reúne es abstracta. La palabra mueble no tiene forma, la palabra silla tiene muchas. Es muy importante en arquitectura la palabra que reúne la totalidad que hay que alcanzar. Porque a veces no importa que algunas partes de las obras sean malas, al revés, hay momentos que tienen que ser malos, como en las películas, hay lugares que tienen que ser feos. Pero, sin embargo, el conjunto tiene que ser… no sé…

Un conjunto íntegro…

No. Una totalidad… con partes malas y partes buenas, pero tiene que ser una totalidad mayor que trascienda las partes que la constituyen.

El todo es mayor que la suma de las partes.

Cancha en Chincheros

Claro. El total tiene que ser bueno, pero no todas las partes necesitan ser buenas. Para que el total sea bueno, el arquitecto, tiene que tener claro que es lo importante y anotarlo para tenerlo en cuenta durante la obra para saber qué cosas sirven a ese propósito y cuáles no. Y, de nuevo volvemos al cuento de Borges que nos recuerda que la palabra del arquitecto tiene que decirse al principio, no al final. Uno tiene que decirse: voy hacer una casa. Y esa casa va ser así, va ser asá. Va ser modesta, porque quiero darle sentido a una pobreza elegida. O va a ser esplendida porque quiero salir de mi pobreza material. Y si la casa no es elegida, tiene que ser fruto de la cultura, y alimentarse de su riqueza.

Un poncho mapuche como el que tienes detrás, de los hacen todavía muchas culturas andinas, es un resumen de los ponchos que se han hecho desde siempre, corrigiendo aquí y allá animados por hacerlos con cuidado. Así es como, un poncho común y corriente puede llegar a ser una obra de arte. Pero también una casa o una plaza. La cultura es la madre de la obra de arte.

Chemamulles Araucanos

Ver “La literatura de la arquitectura, una conversación con Germán del Sol “

Sobre este autor/a
Cita: Giuliano Pastorelli. "La literatura de la arquitectura, una conversación con Germán del Sol [Parte II] / Igor Fracalossi" 26 mar 2012. ArchDaily Perú. Accedido el . <https://www.archdaily.pe/pe/02-147499/la-literatura-de-la-arquitectura-una-conversacion-con-german-del-sol-parte-ii-igor-fracalossi> ISSN 0719-8914

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